domingo, 29 de diciembre de 2013

Inventario anual.

Llegamos al final de un año y nos vemos “obligados” a hacer balance, resumen, de lo que éste supuso para nosotros. ¿Para qué? Si hemos sido felices, ha sido efímero y disfrutado en ese momento,  habiendo sabido aprovechar cada minuto que la vida nos ha ofrecido, saboreándolo, atrapándolo. Eso es la felicidad. Si por el contrario el año nos ha golpeado con tristeza y dolor, no merece la pena hacer balance, simplemente seguir adelante, arrancar el calendario y comenzar con más ganas e ilusión el nuevo año. 

Hacer un inventario de sentimientos y experiencias no es fácil: el tacto de una caricia, un beso, un abrazo reconfortante, una sonrisa de un niño, de esa inocencia que tanto nos (me) gusta, unas palabras de aliento, un secreto compartido, unas risas, un llanto desolador, una euforia descontrolada, la pérdida de peso en la balanza semanal y tu alegría al comprobarlo, correr, hacer ejercicio y sentirte más plena que nunca, soltar una carcajada espontánea, recordarla y volver a sonreír, cenas de aniversario, besos congelados, conciertos de ídolos, detalles que atraviesan el alma, recuentros con personas a las que hacía mucho tiempo no veías, recibir noticias tan bonitas que solo te alienten a contar los meses que quedan cada día, regalos desde la distancia, palabras que vuelan, perder el tiempo maravillosamente, ganar momentos, planes, emoción, mensajes inesperados, más risas, complicidad difícil de superar, palabras escondidas, desayunos en la cama, amigos, fiestas, bodas, cenas, fotos para el recuerdo, querer, amar, desear, mil besos, empacho de caricias, tu piel, tus ojos, nuestras bocas, el alma en cada abrazo, saberte aquí, confiar, tenernos sin palabras, acurrucarme en tu pecho, perderme en tu cuello, vivir, sentir.

Yo misma...por Joan.

Inventario de momentos; amargos, dulces, inolvidables. Inventario de historias vividas, compartidas, de ayer, de hoy y mañana. En otro sitio, con otra gente pero siempre contigo.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Lost

Empieza a contar para que pueda esconderme. Estaré oculta hasta que todo esto pase, hasta que tenga una respuesta, hasta que pueda encontrar un poco de lógica. ¿Acaso la hay? Mejor esconderse ante lo que hay, ante el esfuerzo realizado en balde, ante las injusticias diarias y las dificultades del camino.

Empieza a contar para que pueda esconderme, sí. Hazlo rápido. Es lo que hoy quiero, tomar prestado un poco de tiempo, tiempo para concienciarme y para saber si quiero salir de aquí. Mientras tanto seguiré oculta, esperando un poco de luz, aguardando ese resquicio de esperanza que tanto necesit(amos), deseando y soñando con poder volar y aterrizar en ese destino tan anhelado. 

Empieza a contar, me esperaré oculta hasta que llegues al número ¿cien, mil, doscientos mil..? Entonces me buscarás, y cuando me encuentres haremos como si fuese la primera vez. Tus cálidas manos me llevarán justo a dónde yo quiero y tus tórridos besos me extasiarán como necesito. 

Empieza a contar y juguemos.


Panorámica...en Almuñecar

La vida no es más que un juego. Un juego al que todos jugamos, un juego constante que no pasa de moda, el escondite.

Consiste en perderse y buscarse, en buscarse y encontrarse, en encontrarse y esconderse, en esconderse y buscarse.

No siempre será agradable lo que uno encuentre, y por ello se esconderá para poder encontrarse después. Por eso siempre nos quedará perdernos y buscarnos, buscarnos y encontrarnos para luego si se tercia volvernos a perder...


domingo, 1 de diciembre de 2013

Tráfico de pensamientos

Mientras unos pasan, otros esperan. Como prácticamente casi todo en esta vida...
El maldito semáforo de Pinos Puente (Granada)
Excepto cuando tengo mucha prisa, a mí en realidad no me incomoda lo más mínimo detenerme ante un semáforo. Durante este breve tiempo de parada, aprovecho para mirar a mí alrededor y deducir los pensares de la gente que me rodea. A mi lado izquierdo hay un chico joven que no aparta la vista de su tecleo en el teléfono móvil. A mi derecha hay, en cambio, una mujer mayor, que sostiene dos bolsas de la compra, una en cada mano. Una niña pequeña sujeta la mano de su abuelo que muy cariñosamente le abre una bolsa de gusanitos y la previene acerca de cómo debe sujetarlos. Mientras tanto, aprovecho para coger un chicle de mi sabor preferido y casi al mismo tiempo, alargo mi mano para sacar del bolso mi cámara de fotos pues quiero aprovechar la parada para tomar una imagen de este semáforo en día tormentoso (quizá algún día me sirva para escribir algo). Ya ves...hoy, por ejemplo.

Un tráfico de pensamientos transcurre por mi cabeza. Una asociación de ideas y de colores vienen a mí. Rojo; prohibición, peligro. Verde; seguridad, confianza. A continuación imagino que aquello que me rodea no son coches que cruzan velozmente (¡qué loca!), sino otro tipo de cosas que también pasan a gran velocidad, y que pueden atropellarme, hacerme daño y poner mi vida en peligro. En ese caso los coches podrían ser sustituidos por otro tipo de peligros, como el miedo, el dolor, el desamor, la soledad, la enfermedad, la desesperanza, o la angustia. En realidad supongo que es así cómo funciona el ser humano, viviendo en una pequeña porción de espacio, mientras todos estos peligros le acechan, pasando a gran velocidad por ambos lados. Pero está claro que queremos pasar, avanzar y no estancarnos siempre en el mismo sitio, puesto hay que seguir viviendo.

Es entonces cuando mi tráfico de pensamientos es interrumpido por esa mágica luz del semáforo. Luz verde que corta el hilo de mi naufragio de ideas. Ya no hay que pensar sino tan sólo seguir adelante, mientras los coches del otro carril así como los peligros, permanecen detenidos, y yo voy cruzando frente a ellos, con una luz verde que me indica que ante todo, que debo continuar mi camino.

Seguidores