domingo, 12 de enero de 2014

Un día cualquiera


Se levanta temprano, desganado. Espera el devenir de un nuevo día, otra jornada más de sus 89 largos años, que sin duda, ya le pesan. A pesar de ello, agradece poder ver el sol un día más; ¿o quizá no? Para sus adentros se pregunta abatido: “de qué sirve, de qué me sirve si…” No encuentra respuestas y derrotado, sigue conformando su única realidad presente.

Se levanta temprano porque no hay nadie que lo retenga en la cama, ni mucho menos en la casa. Desde hace años las paredes de su hogar solo habitan para él y su voz reverbera en el vacío infinito de una casa tan grande, de una morada que un día estuvo repleta de gente: retoños que fueron creciendo, zagales que se hicieron mayores, que partieron y formaron sus familias, adultos que se fueron, unos para siempre, otros eternamente. Porque no es lo mismo siempre que eterno.

Paseo mañanero (Priego)

Se levanta temprano, moribundo. Tose con fuerza y se tambalea mientras consigue llegar a la cocina y logra poner a calentar su particular cazo de leche, esperando sosegadamente a que hierva y ansioso de poder añadirle su cucharada diaria de miel, tal y como ella lo hacía. Absorto en sus pensamientos se ensimisma cabizbajo; “Buenos días, ¿cómo has pasado la noche?, ¿se está bien allá arriba? Hazme una señal, algo a lo que me pueda agarrar".


Se levanta temprano y a pesar de la intermitente lluvia, marcha hacia su paseo matutino, el mismo recorrido que antes realizaba acompañado. A veces lo escuchan hablar solo. La gente murmura a su alrededor pero a él no le importan esas habladurías. Son sus recuerdos, sus vivencias, sus paisajes compartidos, en cada rincón, en cada esquina. Que hablen lo que quieran, mis pensamientos solo serán míos. Se levanta temprano, con la única ilusión de poder escuchar ese susurro que tanto anhela, esa melodía que brotaba de aquellos labios que lo acompañaron durante más de 60 años.

Se despierta temprano pero ni siquiera amaga a levantarse. Ese día está cansado, se siente más viejo de lo normal, fatigado, hastiado de la vida. Una tímida sonrisa surge en su rostro cuando escucha entre su ceguera y desvarío: “Agárrate de mi mano, no tengas miedo. Ya nunca más estarás solo. He venido a buscarte, he venido a encontrarme contigo”.



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