miércoles, 16 de septiembre de 2015

Elevamos sueños

Empapada en lágrimas como cada mañana, Ellen despertó, y a pesar de sentir el otro lado de su cama álgido y seco, comenzó a buscarlo. Se sentía inquieta, un escalofrío recorrió su cuerpo persistiendo en ella esa angustia que la acompañaba por las noches.
En realidad Ellen nunca dormía. Hacía meses que se limitaba a cerrar los ojos y viajar al pasado, rehuir de su dolor presente e intentar permanecer en aquella nube de bienestar de la que jamás hubiese imaginado poder escapar. Alternaba presente y futuro puesto que su agudeza imaginativa le permitía fantasear con el momento en que se encontrarían de nuevo. Una y otra vez, Ellen podía sentir su fragancia, el sabor de aquellos besos, su mirada, sus abrazos, su forma de susurrar y sonreír.
Empapada en lágrimas como cada mañana, Ellen despertó. Súbitamente, aquellas palabras vinieron a su cabeza: “elevamos sueños,  tus sueños”. Haciendo ademán de levantarse encendió su primer cigarro y preparó una taza de café, con el propósito de conseguir indagar en aquellas palabras que la perseguían desde la madrugada. Ellen nunca recordaba sus sueños, ¿por qué tenía tan presentes aquellas palabras y no conseguía retener ni una sola imagen? Todas las respuestas posibles la torturaban y la llevaban a naufragar de manera desorientada. El humo del cigarrillo solo servía para perderse en una niebla de dolor aún más profundo. Ellen se sentía vacía, su corazón estaba hecho trizas, un nudo en el pecho le impedía respirar con normalidad mientras las lágrimas nacían bajando por sus mejillas. ¿Qué sueños? ¿Acaso le quedaban sueños para elevar? Ni tan siquiera sabía si ella tenía sueños, anhelos o ilusiones.
En medio de su soledad trataba de buscar el equilibrio y poder disimular sus penas aunque se decía una vez más que no sabía hasta cuándo podía seguir con aquel manual. Un manual que según el día de la semana le indicaba si debía quererlo u odiarlo, recordarlo u olvidarlo, guardarse los “te quiero” o lanzarlos al viento.
Deambulaba entre dos mitades. A ratos se sentía la mujer más dichosa del mundo por haber tenido todo, por haber aprendido a amar y a rozar los límites del deseo, de la pasión desmesurada. En otras ocasiones se sentía apenada por haber malgastado su tiempo, su vida, y por revivir una y otra vez aquellas ilusiones que fueron mutiladas y esfumadas en aquel fatídico amanecer.
Perdida la esperanza y las ganas de soñar, Ellen tomó un papel de su escritorio e intentó buscar un resquicio de cordura que le ayudara a encontrar esa nueva inspiración de aire puro: “Elevamos sueños. ¿Rotos, cumplidos, deseados?...”
Quizá en ese momento, Ellen no tenía sueños pero sí tenía la fuerza suficiente como para levantarse y crearlos, como para buscar la luz y salir de aquella oscuridad cegadora. Ella podía. Ella quería poder. 
Parapente...en Almuñecar


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