No puede moverse sola. Nunca podrá bailar, ni saltar, ni ser tan
bonita como las demás.
Durante la noche se siente arrinconada y por el día demasiado reclamada. Está
cansada de usar ese viejo antifaz, de hacerse la fuerte y ponerse a danzar, de
tener que sacar sonrisas a los demás. Sus grandes ojos se pierden en el
infinito buscando aquello que un día perdieron por algún falso delito.
Su muda boca se abre y se cierra, calla y murmura en secreto, habla y
gesticula con calma. Sus piernas tan frágiles, son capaces de romperse si
alguien tira de sus hilos de manera brusca y sin tacto, de manera violenta y
sin mimo.
Un escaparate cualquiera... |
Solo ella sabe conservar como nadie historias de amor y amistad, soledades, penas y
glorias. Retiene las últimas lágrimas vertidas por aquellos ojos que un día la
observaron tras esa urna de cristal, urna que en cualquier momento volverá a abandonar. Para entonces venderá felicidad pero mientras tanto allí está, sin
hacer ruido, respirando silencio, recordando momentos, sintiendo esa nostalgia
por aquellas manos que no puede ni quiere olvidar. Manos que la tocaban, que la
acariciaban, esas manos que con tanto cariño la trataban. Manos grandes y
suaves, cálidas y reconfortantes. Manos que sentía como suyas porque durante
años habían ejercido todo su control y dominio, haciéndola sentir segura, con
ganas de seguir, de no rendirse.
Ahora todo era distinto.
Esas manos ya no estaban y con ello su corazón endeble, aunque de madera, se
mitigaba.
A pesar de ello, la marioneta olvidada seguirá contando cuentos, seguirá
narrando historias y representando obras de vidas ajenas, seguirá encerrada en
ese viejo escaparate y aunque no puede evitar seguir siendo manipulada si podrá guardar solo para ella el sentir de aquellas manos y lo mucho que la hicieron
vibrar.
Solo por eso, la marioneta olvidada ya no se siente tan desdichada.