Lloraba, llevaba horas llorando, sentía algo que le
asfixiaba, que no le hacía feliz. Por el contrario, ¿vivía infeliz? Términos opuestos
que se le entrecruzaban en su cabeza. ¿Acaso existe la antonimia absoluta en un concepto tan abstracto como es la felicidad? ¿Acaso existe la felicidad plena o la infelicidad eterna? Lloraba, le hacía sentir bien, o al
menos, podía respirar mejor y preguntarse qué la había llevado a aquella
situación.
Analizando su inmediato pasado, encontró pocas pero algunas
respuestas sobre el camino que la había llevado hacia aquel callejón sin salida: ¡Querer
conseguir sueños! Cumplir metas. Sueños escritos, idealizados, sueños robotizados en su cabeza desde años atrás, metas anheladas y planeadas a las que poder llegar. Mientras las lágrimas seguían discurriendo por sus mejillas, asimisma se decía que tener todas aquellas ensoñaciones intrínsecas, dolían, dolían muchísimo y para nada podía esquivarlas...
¿Por qué ella no podía?, ¿por qué había llegado hasta ese
punto?, ¿por qué ella no podía ser como las demás?, ¿por qué se sentía la flor
menos afortunada?, ¿por qué no podía adquirir la misma recompensa?, ¿por qué tenía que seguir escuchando ese refrán tan manido y odiado "quien siembra, recoge"?, ¿por qué sentía tanta rabia?
¿Por qué? ¿Por qué…?
Preguntas sin respuesta la azotaban día y noche.
Si pluralizamos, podemos observar cómo desde que nacemos nos
educan, nos enseñan para querer saberlo todo, tener respuesta para todo. Es por
ello que pasamos largos años estudiando, formándonos para un futuro, nos
empeñamos en hacer planes y soñamos con aquello que queremos ser y a qué nos
gustaría dedicarnos (si es que eres de los afortunados al que no se lo
imponen). Luego, pasamos al otro estadio. Seguimos planeando y por supuesto, quejándonos. Nos quejamos del amor y más aún del
desamor, generalizamos todos los infortunios, nos quejamos del dinero, del
trabajo, nos quejamos del jefe, del compañero "trepa", de engordar tras adelgazar, nos
quejamos de no llegar a fin de mes, nos quejamos de no viajar lo suficiente
(porque siempre el vecino, tu mejor amigo o algún conocido viajará más que tú), nos quejamos de cosas materiales, de no habernos comprado aquella "ganga"en esa justa ocasión y por consiguiente, nos arrepentimos. Para así luego volver a quejarnos de haber dicho "no" en aquel jodido momento, de no haber dicho "sí", de no haber mandado a más de una persona a la mierda, nos quejamos de no habernos emborrachado aquella noche, justo
aquella...
Seguimos creciendo y planeamos nuestra vida, nuestro futuro
compartido, una boda, una casa, una hipoteca, un hijo (o dos, o los que vengan..) Entretanto, perdemos trenes,
oportunidades, tiempo, pero no pasa nada, seguimos adelante, planeando.
Y no
aprendemos.
Ese es el problema. Que no aprendemos. Pensamos y queremos
tener nuestra vida controlada en todo momento. ¿Y si dejáramos de pensar y
empezáramos a vivir?
Ella lloraba y seguía llorando porque quería conseguir “aquello”.
Aquello que tanto anhelaba pero quizá era mejor dejarlo a un lado. “Una retirada
a tiempo dicen que siempre es mejor”. ¿Era el momento de retirarse o le
quedaban aún fuerzas? Era un sueño mutuo, compartido… pero todo se había convertido en piedras y más piedras en el camino. ¿Merecía la pena seguir saltándolas y
esquivándolas o por el contrario era mejor guiarse por aquel instinto que le
decía interiormente que abandonase? Se sentía tan vulnerable que todo le daba miedo. Lloraba, reía, gritaba, sentía un gran desasosiego, caos, desesperanza, confusión entre el sí y el no. No sabía qué quería pero si a quién. No sabía si sería capaz de
seguir viviendo con esa tensión, esa angustia que desde hacía meses la atormentaba día y noche.
Pausada entre sus lágrimas, encontró quizá una luz verde, una señal. Tal vez había llegado el momento de dejar de planear, de dejar de quejarse, de dejar de angustiarse. Tal vez había llegado el momento de vivir sin miedo y encontrar esa “serendipia”, ese hallazgo afortunado que se produce inesperadamente cuando se está buscando otra cosa bien distinta. Tal vez era el momento de dejar de guerrear, de comenzar a vivir como ella y él sabían hacer. Vivir y disfrutar antes de caer presa de aquel sueño inconcluso.
Pausada entre sus lágrimas, encontró quizá una luz verde, una señal. Tal vez había llegado el momento de dejar de planear, de dejar de quejarse, de dejar de angustiarse. Tal vez había llegado el momento de vivir sin miedo y encontrar esa “serendipia”, ese hallazgo afortunado que se produce inesperadamente cuando se está buscando otra cosa bien distinta. Tal vez era el momento de dejar de guerrear, de comenzar a vivir como ella y él sabían hacer. Vivir y disfrutar antes de caer presa de aquel sueño inconcluso.
Porque sí amigos, no
todos los sueños se cumplen. Ni a todas las metas se llegan.