Su tez era blanca, y sus
labios rosados. Su piel era tan nívea como un armiño. Y su cabello, aún cuándo
estaba encrespado resultaba agradable de acariciar.
Foto realizada y cedida por Josu_Sein |
Con el tiempo, su
rostro se fue desfigurando. Nadie sabía que le había pasado pero ya nada era
igual. Sus quehaceres diarios, su rutina, su único motivo de iniciar cada día
ya no estaba. Y ella, no era la misma. ¿Había perdido su inocencia?
Su sonrisa, pura y
sincera, había pasado a convertirse en una tímida sonrisa amortiguada. A veces
forzada para intentar hacer feliz a las pocas personas de su alrededor, a veces
desdeñosa y desganada. A veces, simplemente invisible.
Con el tiempo, su
rostro se fue desfigurando a causa de los litros de lágrimas vertidas. Lágrimas
que tenían un dueño, lágrimas incomprendidas, lágrimas que implicaban a
personas sin ni siquiera ella quererlo, lágrimas que arraigaban de lo más
profundo de su corazón.
Su alegría, sus
ganas de jugar y de compartir, su energía y optimismo se convirtieron en
apatía, melancolía y una pesada languidez. Ya nadie quería retozar con ella o
tal vez era ella la que no quería apostar por nadie. ¿Había dejado de sentir?
¿Dónde quedó su inocencia?
Con el tiempo, su
rostro se fue desfigurando pero lo más llamativo fueron sus lágrimas, cuajadas.
Lágrimas negras provenientes de lo más profundo de su ser. Lágrimas que tomaron
ese color como adverso era su presente. ¿Dónde quedó su inocencia? ¿Acaso
podría recuperarla?