miércoles, 24 de marzo de 2010

Amor nómada

Casa Fuente del Rey (Priego de Córdoba)

Confuso, fue capaz de llegar hasta un lugar que ni siquiera aparecía en su arrugado mapa, en aquel mapa que días atrás le había entregado aquella chica misteriosa justo en la gasolinera del pueblo. Desde pequeño había dado muestras de su valentía y en su época de adolescente había sido un chico muy atrevido, sin miedo a nada. Ahora, cuando ya rozaba los cuarenta otros sentimientos albergaban su mente, su vida. Una vida que no había sido fácil pero desde luego una vida en la que el temor y la desconfianza no estaban presentes. A veces él mismo se sorprendía y le resultaba triste no tener miedo a nada.
Con mochila en mano, hacía ya 17 meses que se había dedicado a recorrer el noroeste español sin ir a ningún sitio concreto, sin tener a nadie esperándolo en ningún lugar y sin anhelo de encontrarse con ninguna cara conocida. Aún recordaba todas las experiencias que había tenido durante aquellos meses; desde el anciano que amablemente le invitó a desayunar tras aquella mañana de repentina lluvia hasta la mujer que se asustó cuando lo vio con aquella espesa barba de 8 días y pensó que iba a asaltarle. Pero sin duda, recordaba con especial cariño a Javier, a ese niño que se encontró perdido en aquel supermercado  (justo al lado del estante de galletas) y que cuando se lo llevó de vuelta a la madre, ésta no supo como agradecérselo.
La joven madre de la criatura lloró, sonrió, gritó, lo zarandeó e incluso lo invitó a pasar esa noche en casa para degustar una de sus exquisitas cenas pues todo el mundo en aquel pueblecito gallego sabía de las increíbles dotes culinarias de Sandra. Sin embargo, lo que no sabía todo el mundo fue lo que él pudo descubrir aquella noche entre sus brazos cuando ambos cuerpos se entregaron y se fundieron en uno. Quizá por eso ahora, en medio de aquel lugar al que ni siquiera había planeado llegar, recordaba aquella historia con especial cariño teniendo aún presente la última escena de aquella mañana en la que partió.
Fue un día gris y sombrío. Hasta ese momento nunca se había planteado instalarse en ningún lugar ni compartir su existencia con nadie. Sin embargo, aquella mañana, cuando abrió los ojos sintió unas increíbles ganas de seguir al lado de esa mujer con la que en apenas unas horas de conocerse le había hecho sentir tan especial. Se sentó en el borde de la cama y mientras dirigía su mirada y sus pensamientos hacia la enorme ventana de su derecha, Sandra despertó.
Sonrojada y algo avergonzada al principio, no fue capaz de musitar palabra y se limitó a recorrer con el suave tacto de su mano la espalda de ese hombre que la había hecho estremecer durante la noche. Él giro su cabeza y esbozando una sonrisa cariñosa pronuncio los buenos días. Ella tímida por lo que había ocurrido y con voz entrecortada se dispuso a dar una explicación:
-  Quiero que sepas que yo….En realidad yo no acostumbro a....
- Intentando que no se sintiera incómoda, él la interrumpió y no la dejó terminar. -No digas nada- mientras se acercaba a su mejilla para regalarle un cariñoso beso.
-  Prepararé el desayuno- pronunció ella.
No te molestes, me iré enseguida.
-  Quédate. Al menos quédate a pasar al día.
- No puedo, no insistas, no digas nada más.
Ambos se fundieron en un largo y último abrazo. En realidad también era el primero y su cuerpo manifestaba una extraña sensación de querer saber cómo sería el segundo abrazo pero sin darse tiempo para llegar a arrepentirse, se despidió de Javier y con un beso en la mejilla emprendió de nuevo su camino.

Tras haber recordado aquellos momentos, de nuevo se quedó con la realidad presente, con ese lugar al que había ido a parar y aquella casa situada frente a él. Era una casa en ruinas, en medio de la nada,  apartada, fría, húmeda y sin ningún tipo de indicio de civilización a su alrededor. Perplejo se sentó sobre una piedra deforme que encontró justo en la parte posterior. Mientras descansaba,  sacó un cigarrillo y se dispuso a encenderlo. Llevaba todo el día sin fumar y tenía tantas ganas que la primera calada, tan fuerte y profunda, llegó incluso a marearle. Inmerso en sus pensamientos, mientras terminaba aquel cigarrillo no dejaba de imaginar su vida allí, en aquel entorno. Era una casa por la que habían pasado generaciones, muertos de hoy que ayer se amaron bajo esos techos que ya no existían. Pudo observar cómo apenas quedaban unas vigas podridas, algo de aquellas paredes de barro, grandes grietas abiertas y el vano de una ventana o de una puerta. Sabía que no habitaba nadie y que solo fenómenos atmosféricos como el frío, la lluvia, la humedad o el calor traslucían por todos aquellos recovecos, pero a pesar de todo eso era una casa sin duda, que sentía muy suya.

¿Por qué le ocurría eso? Desconcertado se levantó con el único propósito de mirar a su alrededor, de echar a andar y hacer ademán de adentrarse en aquel impertérrito lugar que hoy sólo eran ruinas pero ayer fueron vivencias, sueños, experiencias. ¿Por qué le ocurría eso? ¿Por qué sentía recordar algo que nunca vivió? ¿Por qué consideraba suya aquella casa? Durante aquellos 17 meses no había sentido nada suyo, a ningún lugar, a ninguna persona, pero ahora todo se le venía abajo. No entendía cómo había llegado hasta allí y menos aún podía comprender el por qué desde hacía rato tenía un nudo en el estómago que le provocaba querer recordar más y mejor.

No tenía prisa. Apenas le quedaban semanas, días de vida puesto que así se lo habían comunicado los médicos meses atrás al diagnosticarle esa “rara” enfermedad. Dos años antes lo había perdido todo: su empresa, su mujer y un mundo estable en el que vivir. Ahora vivía de un lado a otro, nómada, sin arraigarse a nada aunque aquella situación, aquella casa, aquel aura, lo estaban desconcertando de una manera que ni el mismo podía lograr comprender.

No tenía prisa. Decidió pues encenderse otro cigarrillo y al adentrarse en aquella primera losa de la casa sintió un extraño escalofrío. Algo misterioso, sin duda.  Quizá aquella casa lo había visto nacer y él no podía recordarlo puesto que sus primeros recuerdos pertenecían al orfanato justo antes de que sus padres, una familia adinerada del sur extremeño se dispusieran a adoptarlo. ¿Estaban allí sus orígenes o era todo producto de su imaginación?

Fuera como fuese, lo único que tenía claro es que sus últimos días iban a terminar en aquel precioso lugar, para él sin duda lo era y nada ni nadie le iba a impedir recordar algo que ni siquiera había vivido pero que desde hacía horas sí había sentido. Ese fue su primer recuerdo y deseo con fuerza que también fuese el último que se llevara con él.

1 comentario:

  1. me ha gustado mucho. He estado pensando en mi primer recuerdo, y me vienen a la cabeza unas monjas, pero no se muy bien por qué... La verdad es que tengo una memoria horrible... La foto la hiciste tú? Un saludo!

    ResponderEliminar

Seguidores