lunes, 3 de marzo de 2014

Gran angular

El único momento en el que parecía evadirse un poco era cuando saciaba su adicción a la cafeína. Desde primera hora de la mañana deseaba un café largo que la despejara de golpe y le hiciera olvidar la tortura de las pesadillas que la perseguían durante la noche. Nada más caer en la cuenta retiraba lo dicho deseando volver a dormirse, pues el terror diurno las superaba con creces.

Su mente la controlaba. Lo tenía claro. Pese a ello no podía hacer nada: su ira y frustración iban en aumento y la impotencia se apoderaba de ella.



Buscando luz...carnicerías reales (Priego de Córdoba)

La mayor parte del tiempo se sentía la única culpable, y esa culpa le provocaba, además, una rabia contenida que no sabía cómo descargar. Había permitido que los acontecimientos desembocaran de forma tan trágica, que simplemente ocurrieran, y sin una alternativa a su alcance, se había resignado a convivir con ella.

La llamaba: mi otro yo.


Esa faceta que todo el mundo tiene pero solo algunos, desafortunadamente, logran encontrar. Ese lugar oscuro que reside en lo más hondo del ser, en la parte más recóndita del corazón. Ese malvado doble que nadie querría conocer; ni invitar a comer en familia. 

Ese estado en el que te sientes el pasajero de un coche que se dirige sin control hacia un precipicio. 

Esa alma que todo el mundo cree tener hasta que descubres que la has matado lentamente a golpes, en una brutal paliza.


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