En plena noche de
invierno, Erika, llegó al hotel que diez años antes había visitado y compartido
en tan grata compañía. El recepcionista aún la recordaba y la recibió lleno de
alegría. Si bien, la respuesta de ella no fue la misma. Para sus adentros,
aquel hombre percibió una gran tristeza en el rostro de aquella mujer y una
frialdad que para nada tenían que ver con la huésped de hacía tiempo.
Ciertamente, algo la había hecho cambiar durante todo ese tiempo. Algo que no la dejaba avanzar, seguir con su vida. El recepcionista la acompañó hasta la suite principal y una vez allí, Erika pidió que no la molestaran. Minutos después y antes de desalojar su maleta, se dirigió al mueble bar y sacó una botella de vodka. Ella sabía mejor que nadie lo que necesitaba.
Más tarde, sintió la necesidad de pasear, sentir el frío en sus huesos y el olor de la noche que comenzaba a caer.
Ciertamente, algo la había hecho cambiar durante todo ese tiempo. Algo que no la dejaba avanzar, seguir con su vida. El recepcionista la acompañó hasta la suite principal y una vez allí, Erika pidió que no la molestaran. Minutos después y antes de desalojar su maleta, se dirigió al mueble bar y sacó una botella de vodka. Ella sabía mejor que nadie lo que necesitaba.
Más tarde, sintió la necesidad de pasear, sentir el frío en sus huesos y el olor de la noche que comenzaba a caer.
Callejeando por Girona |
Salió a la calle, confusa, pues el vodka mezclado con los analgésicos no le
habían dado buen resultado. Deambulaba sin rumbo, pero sentía la obligación de
dejarse llevar por la soledad y oscuridad que aquellos callejones le
transmitían, sentirse perdida por aquellas callejuelas de encanto singular que
años atrás fueron mágicas.
Había llegado a la ciudad para encontrarse consigo misma, sin embargo, avanzaba y retrocedía, la conmovían algunas voces de vagabundos solitarios y sonidos de las casas que aún a esas horas seguían vivas.
De repente, algo llamó su atención. Una fachada perteneciente a una librería antigua, demasiado. Unas rejas que separaban unos cristales rotos a través de los cuáles pudo asomar su cabeza y percibir un inconfundible olor a cerrado, a viejo. Consiguió echar un vistazo rápido y pudo constatar una gran cantidad de libros amontonados, unos encima de otros, llenos de suciedad y carcomidos por miles de años a su paso. Tratados de filosofía, historia, política. Libros de leyes, novelas de suspense, de intrigas, de amor, yacían sobre capas de polvo y telarañas.
Por un momento meditó sobre todos aquellos capítulos desaparecidos, comienzos perdidos, finales sin inicio, principios sin final. Pensó en algunos de sus posibles protagonistas salidos de aquellas páginas y que hoy día aullaban perdidos entre aquellas cuatro paredes, buscando descansar, quizás. Buscando salir, tal vez.
No supo exactamente cuánto tiempo había transcurrido mientras quedó absorta en sus pensamientos, si bien, la noche se hizo aún más patente y la oscuridad era absoluta. Un ruido al final de la calle la hizo huir de su ensimismamiento.
Un escalofrío recorrió su cuerpo.
¿Qué estaba sucediendo?
¿Acaso aquel estruendo era fruto de un disparo, de un asesinato?
Con miedo, consiguió refugiarse en un aparatoso portal del edificio contiguo a la fachada de la librería. Con entrecortados suspiros y temblores delicados vio pasar una sombra.
Lo que Erika no sabía es el significado que iba a acarrearle aquella sombra. Una sombra que la estaría persiguiendo desgraciadamente durante mucho tiempo, una sombra que se convertiría en una prolongación de ella misma.
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