lunes, 5 de junio de 2017

Café.

Hay conversaciones que no pueden tenerse sin una taza de café entre las manos. El café, su olor, el aroma que desprende, tiene algo especial. Porque el café no sabe igual en soledad que en compañía. Porque a veces podemos creer que todo está olvidado, incluso aquello que nunca sucedió, aquel episodio inconcluso, ese no amado amor, el rencor no vencido, un sueño alcanzable, aquellas palabras que nunca nos dijimos, esos planes frustrados, aquel recuerdo prohibido. Todo parece olvidado. Y digo parece, porque de repente conversas contigo misma y un sonido, un olor que ni conoces, una melodía, un tacto repentino e inesperado, una imagen mental que casi, casi puedes rozar. De repente, algo provoca ese gran aluvión de retazos, una extraña añoranza que te golpea y recae sobre ti. Es justo entonces cuando la memoria se ilumina y se enciende a la velocidad de un rayo. Es justo entonces cuando deduces que el lugar, ese lugar, estaba sin ti pero había conocido tu presencia. 

El aroma del café; humeante, caliente, al igual que los sentimientos compartidos, ardiente, como tantas pasiones vividas, caldeado como cada uno de tus abrazos, tórrido como tantos besos que nos guardamos, que anhelamos, que soñamos. 


Recuerdos no recordados

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